La sobremesa es un buen momento para conversar… Aunque mejor sería no tener que hacerlo de algunas cosas.

Suena el teléfono…
—Hola…
—Hola, Pascua. ¿Cómo te va desde que no estás en la radio?
—Hay cosas que no se olvidan…, pero, ¿y tú? Cuéntame. Hacía tiempo que no sabía de ti.
—Pues he llegado hace unos días de… —de otra provincia, en otra Comunidad española —.
—¡Qué bien! ¿Vacaciones o trabajo?
—El miedo. El instinto de supervivencia.
—¿Qué ha pasado?
—Mi ex marido ha salido unos días con permiso… Y yo he puesto kilómetros de por medio.
—No entiendo que a tu «ex» le den permisos de salida, cuando es evidente que los usa para buscarte y hacerte daño…

—Me siento muy sola, Pascua. Tuve que dejar mi tierra —en otra autonomía— por miedo a que me matara. No veo a mi familia… Y él pide el traslado a la provincia donde yo estoy…, ¡y se lo dan! ¿Cómo se enteraría del lugar en el que resido?
—Se me ocurren algunas respuestas…
—Lo más triste, es que pedí que le pusieran una de esas pulseras que pitan cuando se te acerca a unos cuantos metros…, y me la denegaron.
—¡Qué me dices! ¿El juez no tiene claro aún para qué quiere tu «ex» los permisos?
—Ya…, pero me dicen que como no me ha agredido…
—¡Pero si está en la cárcel por agredirte!
—Una vez me rompió la mandíbula…
—Me gustaría que algún juez me explicara unas cuantas cosas: ¿por qué conceden a un preso condenado por malos tratos el traslado a la misma provincia donde está su víctima? ¿Por qué no se le prohíben las salidas al maltratador? ¿Por qué te deniegan la pulsera? ¿Por qué él tiene derechos y tú no…? Decididamente, algo no funciona.
—Espero que un día no leas mi nombre en el periódico…
—Yo también lo espero…

Como espero las respuestas.

* * *

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