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¡Anda…! La cartera

Mohamed es a los árabes de Marruecos, lo que Pepe a los españoles de la península.
Pues bien. Mohamed, un ciudadano inmigrante en Cataluña, concretamente en Badalona, se busca en esta ciudad lo que nosotros (o mejor nuestros padres y abuelos) nos estuvimos buscando décadas atrás en Francia o Alemania: la vida.

Mohamed hizo cierta tarde de hace unos meses, lo mismo que hacemos nosotros cualquier día y que haríamos menos si tuviéramos una buena pasta en el banco y pudiéramos ir tirando de visa en todas nuestras compras: sacar dinero de un cajero.
Pero Mohamed hizo también algo que la prudencia aconseja no hacer nunca bajo ninguna circunstancia: dejar la cartera de la mano. Mientras se afanaba ante el cajero comprobando el saldo, para saber así de cuánto podía disponer en ese momento y presumiblemente por tener las dos manos desocupadas para manipular adecuadamente el armatoste que de tantos apuros nos ha sacado, dejó la billetera a un lado. Tal vez por la alegría de poder disponer de la cantidad deseada, tal vez por el disgusto de tener que contentarse con menos de lo esperado, Mohamed salió de la entidad bancaria con el dinero, pero sin la cartera.

Quiso la fortuna o tal vez Alá, que es el Dios de los musulmanes y con quien Mohamed debe de estar en buenos tratos, que inmediatamente después de que él saliera del cajero, entrara una mujer con sus mismos propósitos, pero sin cartera.
Lo primero que vio la señora, fue la olvidada cartera cuya pérdida no tardaría en notar Mohamed originándole una lividez casi cadavérica. Lo segundo que hizo esta buena ciudadana, fue consultar con su marido que la aguardaba en la puerta, dentro del coche con su hija. El hombre, pensó que sería más rápido y eficaz intentar averiguar el domicilio o teléfono de nuestro protagonista, que llevar la cartera a la policía o introducirla en un buzón de Correos.

Así que, con afán, investigó en todos sus recovecos en busca de un carné o una tarjeta, gracias a lo cual averiguó el domicilio de Mohamed. Una vez la señora acabó sus negocios con el cajero (automático), la familia se dirigió al domicilio de este ciudadano ya posiblemente desesperado. Una llamada al timbre del portero automático… Dos llamadas… Tres llamadas… Mohamed no está. Está buscando la cartera.

El hombre busca algo más en la dichosa cartera. Encuentra de todo: el PIN del móvil, la tarjeta de residencia, el DNI, permiso de conducir (no se fija en si hay dinero o no)… Y una tarjeta de plástico con el teléfono de lo que parece una compañía de seguros. Llama y cruza los dedos para que la operadora que le atienda, entienda lo que le va a explicar.
– Buenas tardes. Verá… He encontrado la cartera de un inmigrante llamado Mohamed (y los apellidos), asegurado con ustedes con la póliza (le dice la referencia) y estoy ante la puerta de su casa para devolvérsela, pero no me contesta nadie. Se me ocurre que si usted me facilita su teléfono, le puedo llamar para decirle que la tengo yo y que puede venir a buscarla…
Un silencio….
– Llame usted a otro piso y cuando le abran, échesela en el buzón –responde la mosqueada operadora-.
– Si hago eso, -responde el hombre- cabe la posibilidad de que este señor ya no resida aquí y pierda toda su documentación con las molestias que eso le acarrearía. Si se la llevo a la policía, es posible que encuentre más dificultades para recuperarla que si se la entrego en mano. Llámele usted y dígale que le espero en la puerta de su casa…
– Anote… -finalmente, la operadora decidió fiarse del desconocido buen samaritano-.

Tras agradecerle el gesto, el hombre cuelga y llama al teléfono que le han facilitado…
– Diga… -Acento árabe-.
– ¿Mohamed?… ¿Ha perdido algo?… –Un breve silencio (quizás de sorpresa)-
– La cartera…
– Venga a la puerta de su vivienda y se la entregaré.

Dos minutos más tarde aparece al fin un chico joven, de no más de 25 años, sudoroso por la carrera… O por el susto.
Se acerca al coche y el hombre le pregunta:
– Mohamed , ¿qué más? –para cerciorarse de que el chico es el verdadero propietario de la cartera, aunque por la foto del DNI ya sabe que es él-.
El chico enuncia sus apellidos y tras comprobar el hombre que son los mismos, le entrega la cartera diciéndole:
– Tiene el mismo contenido que cuando la hemos encontrado en el cajero, pero he tenido que buscar el modo de ponerme en contacto con usted, así que observará que todo está revuelto…
– No me importa el dinero –dice un rejuvenecido Mohamed, que comprueba que no le falte nada-, sólo la documentación: carné, permiso de residencia… Me han evitado un gran susto. Muchas Gracias.

El hombre, la mujer y la hija de ambos, se despiden de Mohamed y emprenden su regreso a casa, dejando a un hombre que durante un rato largo se enfrentó a lo que debió ser una de sus peores pesadillas. En tierra extraña y sin papeles.

Seguramente a ustedes (como a mí), nos hubiera preocupado el dinero, pero a este inmigrante sólo le importaban sus papeles. Los que le dan derecho a seguir buscándose la vida, lejos de su tierra, pero con gentes entre las cuales ha conocido hoy buenas personas. Y eso que son infieles,… Cristianos.

Con mi agradecimiento

* * *

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