23 de enero de 2009. En este día, mi compañera Sonia me entrega una carta recibida hace poco rato.
El correo, y el servicio de Correos (siempre eficiente), permite que dos personas puedan estar en comunicación aunque no estén familiarizadas con el email, el messenger, el móvil o el «facebook», y eso es bueno por lo que representa para quien tiene algo que decir y para quien tiene algo que saber.
Los mensajeros no son en este caso las nuevas tecnologías, sino seres de carne y hueso que con su carrito a la zaga, transportan las palabras de quienes siguen confiando en un método tradicional y relativamente rápido. No tan barato, pero, ¡quién le pone precio a una conversación a distancia!
Una de las rutinas diarias más gratificantes para mi, continúa siendo abrir el buzón y encontrar noticias nuevas de alguien… Sin embargo, el único buzón que trabaja es el del correo electrónico.
La carta, una de tantas que podrían recibirse (y de hecho se reciben) en la radio, no destaca por nada en particular, como no sea por el hecho de que va dirigida a nuestros antiguos Estudios de la calle Pompeu i Fabra, y sin embargo, su encabezamiento la hace distinta a todas.
Leo, “Mi querido locutor…,”.
Comenzar a leer una carta que arranca en dichos términos, produce siempre un leve hormigueo en quien ha sido recompensado con esa familiaridad; en este caso yo.
Me detengo un instante en la lectura, y trato de imaginar las circunstancias que rodean a la persona que da inicio a su carta de esta forma… Parece una mujer… Y efectivamente lo es.
Me cuenta sus reflexiones hallándose a varios cientos de kilómetros, en un lugar de Cáceres que no he visitado nunca. «¿Cómo será de especial?» —me pregunto… Pero no me esfuerzo más, y sigo leyendo…
Termino la lectura emocionada de la carta y vuelvo a mirar el sobre…, «Correos nunca falla» —pienso—, «porque pese a la dirección equivocada, el cartero» —en nuestro caso, cartera—, «la ha entregado en la dirección correcta».
Doy otro vistazo al sobre, esta vez con más detenimiento…
Nada de especial. Sería el sobre de una carta como tantas otras, si no fuera porque el matasellos lleva impresa una fecha sorprendente:
18 de Agosto de 1997.
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