Te confieso que verte con mascarilla me ha impresionado… Y también que, en contra de nuestra costumbre de años no hayas querido darme la mano para saludarnos como todos los días.
Pero no me sorprenden tanto esos detalles, como el hecho de que provengan de un hombre bien informado. Sé lo que motiva tantas precauciones por tu parte, pero te hago notar que probablemente todos nos hayamos vuelto paranoicos.
Pese a que todos los días nos estén bombardeando desde los informativos con nuevas muertes de personas infectadas por la Gripe A, sabemos que la otra, la gripe común, la de cada invierno, indujo más de 8.000 muertes sólo el pasado año.
Observarás que, por goleada, es infinitamente más mortífera hasta el momento aquella que ésta y ningún día de los más fríos del año te negaste a estrecharme la mano anteriormente. Ni que recuerde, te pusiste ninguna vacuna para prevenirla.
Pero te comprendo en parte ya que parece que la psicosis es colectiva. Hay empresas que quieren proveer a sus trabajadores de ordenadores portátiles para que no asomen la nariz por el trabajo para evitar infecciones; la idea me parece fantástica pero para todo el año, así que, a ver si se propaga más deprisa que la gripe, porque trabajar en casa tiene que ser menos estresante y a la postre más productivo.
Pero lo que de verdad me ha matao es que los bancos nos inviten a hacer nuestras gestiones por teléfono o por internet… ¡Ah no! ¡Eso sí que no! Si tienen mi dinero, me van a tener que seguir atendiendo en la oficina y si quieren hacer como tú, que se pongan mascarilla ¡y guantes!, que quienes tocan más dinero son ellos y ya sabemos que el dinero es una fuente segura de propagación de gérmenes… ¡Como que se han creído que les voy a facilitar que despidan gente de ventanilla por hacer yo mis gestiones sin ir a la oficina!
Ya lo hicieron las petroleras, que nos obligan a poner el combustible y encima lo cobran más caro.
Otra cosa son las medidas que deberán tomar quienes viajen en transporte público o se muevan entre grandes aglomeraciones de gente. Parece adecuado que se protejan nariz y boca.
Te ríes bajo la mascarilla y te confieso que me gusta, porque así es como hay que tomarse la vida: no como un chiste, pero sí con optimismo. Aunque te aseguro que seguiré tomando las mismas medidas de antes de que apareciera esta fiebre (cubrirme la cara cuando tosa o estornude, mantener una cierta distancia entre mi interlocutor y yo –ya sabes, por lo de las gotitas de saliva al hablar- y lavarme las manos con frecuencia), no negaré mi mano a quien me la pida ofreciéndome la suya. Y si luego me las tengo que lavar por si acaso, pues me las lavo y se acabó.
¡Y quítate la mascarilla, por Dios, que me estás poniendo enfermo!
Sobre la grupa del H1N1 cabalga uno de los más pingües negocios para los laboratorios farmacéuticos, que no están ahí para salvar gratis a la Humanidad, desengáñate, sino para forrarse de forma descarada a su costa.
Yo lo tengo clarísimo: no me pongo la vacuna a no ser que me pongan una pistola en el pecho. Y según leo, en Alemania, se pondrán dos vacunas distintas: una para la plebe (con sus posibles riesgos secundarios) y otra para la clase privilegiada (incluida la canciller Angela Merkel) y el ejército.
Digo yo, que es evidente que hay riesgos, aunque como siempre, esos quedan reservados a nosotros. La canciller se ha apresurado a decir que se pondrá la misma que todo el mundo, pero ¿quién se cree ahora ese cuento?
Pese a todo, te seguiré ofreciendo mi mano. Si por miedo no la quieres estrechar, será algo que te pierdas, porque la energía que yo te transmita con ese gesto, será mayor que la furia que temes te pueda transmitir un virus cuyos “estragos” están aún por demostrar.
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