– No necesitamos tanto de la ayuda de nuestros amigos como de la confianza en esa ayuda, dijo Epicuro de Samos, filósofo griego que decidió nacer en esa época cuya cronología contamos al revés, por culpa del nacimiento del profeta precursor del cristianismo, en cuya fecha se parte en dos la Historia: antes de y después de.
Normalmente, salvo el vino, nada se escapa de los efectos nocivos de la antigüedad; sin embargo, 2.300 años después, el pensamiento sigue teniendo su vigencia para quienes en realidad nunca recurrimos a los amigos, pero a los que por contra, nos gusta saber predispuestos a ayudarnos si llega el caso. Eso nos relaja y tranquiliza dejándonos sobre la piel un suave roce de dicha, de la que la mayoría de las veces no somos conscientes.
– Quizás ha llegado el momento de dividir la Historia en tres partes: antes de, después de y del desencanto.«Año 1 del desencanto… No está mal. Seguramente se podrá encontrar una nomenclatura mejor, pero no más acorde con la realidad, para definir esta época nueva en la que algunas cosas no solamente no son como fueron antaño, sino que se mueven cuesta abajo, lanzadas a toda velocidad, sin la más mínima esperanza de recuperar aquella disposición a mantener las formas, los ideales y las costumbres.»
– ¿Tú piensas igual? -te pregunto, no tan sorprendido por tu afirmación anterior, que equivale a una cierta aquiescencia, sino por la gratificante impresión de haber encontrado un mirlo blanco, aunque esa sea la definición que por defecto te otorgo, cada vez que pienso en ti- ¿Crees que tanto hemos cambiado?
– ¡Por supuesto! ¿Acaso tú no? ¿No es eso lo que percibes cada día?
«Lo que percibo cada día, es una mayor sensación de arraigo en la soledad, y ese, siempre lo he pensado, es un buen sitio para visitar pero un mal lugar para residir».
Cierro los ojos y docenas de fotogramas archivados en mi memoria, se plasman tras mis retinas en fogonazos consecutivos que no hacen más que aumentar ese sentimiento de pérdida, inevitable a causa de los años transcurridos.
– Sí…
Y me entrego a un largo mutismo que tú sueles respetar siempre y que sé que esta vez tampoco profanarás.
El silencio es bello, cuando no hay nada que decir porque no hay nada que se pueda hacer.
Te enfrascas en la lectura del periódico, pero soy consciente de que la abandonarás para escucharme atentamente de nuevo, como haces siempre, cuando logre escapar de esta prisión momentánea, que tal vez haya sido hilvanada con más fibras de melancolía, que de reproche.
– Se me mueren los amigos… -apenas un bisbiseo apagado de tristeza, basta para que dobles de nuevo el diario y te aprestes a escucharme otra vez- Ayer se me fue para siempre Jordi Estadella, a quien conocí en una visita que me hizo en mi propia casa, cuando yo no era más que un adolescente imberbe; en aquella visita, me dijo y me hizo pensar de verdad en que yo era realmente bueno en algo, y ese fue el inicio de una pequeña relación profesional… Y años atrás, murió Pedro Heredia, responsable de la promoción de una discográfica importante (más entonces que ahora), guionista en Radio España de Barcelona y que tanto me enseñó cuando me permitió acercarme a un mundo desconocido, que al correr del tiempo me dejó a las puertas de la radio a la que he consagrado media vida.
La sensación de soledad se me hace más angustiosa, no ya por la posible cercanía de un acontecimiento igual, sino por el abandono de aquellos que finalmente deciden desertar de este escenario, que abandonan cuando ya casi nadie les recuerda.
Somos flores agostadas en un jarrón que ya nadie mira, porque nada decora.
– ¿No estás cayendo en la autocompasión?
– Prefiero ser presa de la autocompasión que de la autocomplacencia. En cualquier caso, quizás sea prisionero de la tristeza, hermana gemela de la soledad, que viajan siempre juntas y con un equipaje abundante, porque iniciado el recorrido nunca saben cuándo regresarán.
– Te invito a un café.
La propuesta hace que libere mi mente de las mordeduras de la nostalgia y me apreste a aceptar, como única forma eficaz por el momento de abandonar un tren donde quisiera no haber subido y que acabará por despeñarse por el precipicio conmigo dentro.
– Acepto tu invitación.
«…De todas formas, no es posible cambiar nada. No está en las manos de las personas revertir las actitudes de los demás; somos todos y cada uno de nosotros quienes debemos ver todas esas cosas que nos acercan o separan del resto y adoptar la decisión elegida que siempre creeremos la mejor; mas, aunque lo mejor para nosotros no siempre lo sea para los demás, el sendero de la paradoja, que venimos transitando desde hace milenios, no deja de tener sorpresas desconocidas en cada recodo al que nos asomamos. ¡Quién sabe!»
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