—Katie Holmes ha pedido el divorcio de Tom Cruise.

La verdad es que estaba esperando que iniciaras la conversación y llevaba rato elucubrando sobre el tema que plantearías. Me había decantado finalmente por la economía —que nos tiene de rodillas desde hace demasiados meses— y por supuesto también por los banqueros y los especuladores financieros, que todos coincidimos en señalar como al Gran Satán de nuestro tiempo. Pensé incluso que le dedicarías algún comentario mordaz a la presidenta del garaje de mi comunidad, que, llevada de su desbordado afán de revancha no dudó ni un instante en evitar la asistencia de un discapacitado a la junta de propietarios, por el expeditivo método de convocar la reunión en una zona a la que el vecino no puede acceder con su silla de ruedas. Mas en lugar de eso, te decantas por una noticia rosa. No me importa; lo que cuenta es poder escuchar, hablar y ser escuchado, aunque en ocasiones la conversación pueda llevar a las personas a ideas opuestas si bien didácticas, que ya lo dijo Longfellow al afirmar que «la conversación nos enseña más que la meditación».

—Si me vas a decir que ha sido por culpa de otra mujer, te diré que un matrimonio no se rompe por culpa de tres, sino por culpa de dos que no supieron ser uno.
—¡Pues no! Esta vez no ha sido una mujer, aunque también haya sido «ella»… La religión.
—Sé que Cruise es un devoto de la Iglesia de la Cienciología, pero eso ya lo sabía Katie, porque se casó con él por ese rito en Roma…
—Sin embargo ella es muy católica y puede que el fanatismo religioso del actor, haya abierto una brecha profunda en su amor.
—Si es lo que yo digo… No deberíamos invitar a ningún dios a un simple pacto de pareja. Porque en todo caso, lo que separa dios ya no lo une ni el mismísimo dios. Y al final, ¿Qué interés puede tener ninguna deidad en que dos personas se suenen los mocos juntas toda la vida?

Me miras con cierta complicidad y asientes lenta y reflexivamente sobre mi último comentario, para levantarte acto seguido y dirigirte al frigorífico, de donde vuelves con dos fresquísimas cervezas, una «Sin» para ti y otra «0,0?» para mí.

—Te agradezco la cerveza con el mismo entusiasmo con el que las plantas de la mancomunidad en la que vivo, gritarían alborozadas por un agua que nunca les llega… Así están las pobres, que les enseñas un mechero apagado y arden por combustión espontánea.
—¡Ja, ja, ja! Me vas a tener que contratar para regar las plantas y ya verás qué bonitas las pongo… —me sueltas de improviso, tras darle un buen toque a la copa, totalmente opaca por la escarcha originada por el frío de la cerveza.
—Con permiso de la presidenta… —remato tu ofrecimiento, sabiendo que eso sería más difícil que reconciliar de nuevo a Katie Holmes y Tom Cruise, cosa por otra parte imposible, ya que la organización no permite a sus miembros tener contacto con personas que hayan renegado de sus doctrinas, como ha hecho Katie. Así que, como Cruise no reniegue también…

Una cerveza hay que tomarla bien fría, especialmente si la temperatura en el exterior es de cerca de 40 grados al sol, así que durante unos minutos nos concentramos en medir fuerzas con el ambarino y espumoso líquido, que sin duda acabará tan caldeado como la temperatura ambiente, aunque eso no será antes de que empiece a discurrir por los 30 centímetros de esófago que le conducirán al estómago. Mientras eso no suceda, las casi 10.000 papilas gustativas que poseemos en la lengua, se entretendrán clasificando su ligero sabor amargo como uno de los cinco sabores restantes reconocidos. Es lo que siempre he mantenido: hay que darle trabajo a la lengua, y éste al menos, es uno de los más refrescantes.

Saciada la sed por el momento, y sin miedo a las contingencias porque tenemos suficientes reservas doradas «Sin» y «0,0» expuestas al frío, vuelves al centro de la conversación.

—El próximo día 3 de Julio se conmemoran siete años desde que el Código Civil se reformó para autorizar el matrimonio entre personas de idéntico sexo.
—…Y recientemente, el Diccionario de la Real Academia amplió el significado de matrimonio, también como el de dos personas del mismo sexo. Las cosas caen siempre por su propio peso, por eso soy un entusiasta de la gravedad.
—Pues de aquí a nada, puede que tengan que definir la palabra como la unión de dos o tres personas, de igual o diferente sexo —dejas caer como si tal cosa, aprovechando el efecto de la gravedad.
—¡Si se quieren…! La poligamia está aceptada en muchas culturas y el término proviene del griego, con lo que no somos sospechosos de haberla inventado ahora.
—Ahora falta saber qué dirá el Tribunal Constitucional, al recurso de inconstitucionalidad presentado por 50 diputados del PP.
—¡Pues eso me hace gracia! El Gobierno hablando todos los días de la modernización del país, de las instituciones y de todo lo que sirva como garante de su buena gestión, mientras mantiene una pugna con el colectivo gay alegando inconstitucionalidad al matrimonio entre personas del mismo sexo, por una relación que no veo que tenga nada de perjudicial para la vida de nadie y además en un Estado que es aconfesional… Porque, que la religión prohíba determinadas prácticas o costumbres, puedo entenderlo; pero que también los políticos se vistan la túnica de predicadores y salvapatrias —una palabra conocida y bastante descriptiva, pero que sin embargo no he encontrado en el Diccionario de la Academia—, ya me parece kafkiano.
—No te preocupes… En la siguiente revisión la incluirán, como han hecho en ésta con «canalillo» y «gayumbos».

Mientras hacías este comentario, he aprovechado para lanzar otro asalto al frigorífico, donde un pequeño ejército de «Sin» y «0,0» aguardan pacientes a que les pasemos revista cuantas veces necesitemos.

—Y no dudes de que el tiempo acaba por poner a cada uno en su sitio —sentencias con énfasis tras saborear un trago de cerveza.
—¿Lo dices por los diputados del PP y su recurso contra el matrimonio gay?
—No. Lo digo por la presidenta de tu garaje. Según la Ley kármika de Causa y Efecto, o lo que es lo mismo, el Principio de Acción y Reacción, tras haber lanzado el boomerang solo le resta esperar a que retorne, algo que inevitablemente pasará.

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