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Matar un elefante

«Yo no sabía entonces que para matar a un elefante uno debe apuntar a una línea imaginaria que va de un oído al otro.
Como el elefante estaba de costado, yo debía haber apuntado derecho al oído, pero en realidad, apunté varias pulgadas más adelante, pensando que el cerebro estaría más adelante.
Cuando tiré del gatillo no oí el estampido de la bala ni sentí el retroceso del arma, uno nunca lo percibe cuando el disparo da en el blanco, pero sí escuché el rugido diabólico de regocijo que brotó de la multitud.
En ese instante, en un tiempo demasiado breve, uno pensaría que era pronto para que la bala le hubiera dado, pero un cambio misterioso y terrible se había producido en el elefante. Ni se movió ni cayó, pero todas las líneas de su cuerpo cambiaron. De repente se vio abatido, encogido, inmensamente viejo, como si el espantoso impacto de la bala lo hubiera paralizado sin derrumbarlo.
Por fin, después de un rato que pareció muy largo, pienso que serían quizá cinco segundos, cayó flojamente de rodillas. Se le abrió la boca babeante. Parecía que una enorme senilidad se había abatido sobre él. Cualquiera podía imaginar que tenía miles de años de edad. Disparé de nuevo al mismo lugar.
Con el segundo disparo no se derrumbó sino que se alzó con desesperada lentitud y se puso de pie débilmente, con las patas flojas y la cabeza gacha. Disparé por tercera vez. Ese fue el tiro que lo remató. Se pudo ver cómo la agonía le sacudió todo el cuerpo y les arrebató a las patas el último resto de fuerza. Pero al caer, pareció por un momento que se erguía, porque al doblarse las patas traseras semejó que se levantaba como una enorme roca que se vuelca, la trompa elevada al cielo como un árbol. Trompeteó, por primera y única vez. Y enseguida cayó, con el vientre hacia mí, con un estruendo que estremeció el suelo hasta donde yo me encontraba tendido…»

— ¿Qué estás leyendo con tanto interés?

Pero antes de que pueda responderte, porque mientras me preguntabas estabas ya leyendo por encima de mi hombro, te informas por el título de que es un ensayo de George Orwell sobre el aniquilamiento de un elefante tras varios disparos.
La desafortunada cacería de nuestro rey, Juan Carlos I, en una semana económicamente trágica que diría de auténtica Pasión, tras la Semana Santa, ha dado ya la vuelta al mundo quitándole buena parte del poco crédito que todavía le quedaba. Una sociedad consumida por el paro, las deudas y la desesperación, que parecen no tener fin, ha encendido la chispa que nunca pensé llegar a ver, cuestionando una ya de por sí debatida monarquía que pocos creen pueda servir para algo que no sea dilapidar aún más nuestro precario presupuesto. Además, los mensajes transmitidos de manera directa por una familia que cada vez tiene menos de
real, confirman las tesis de que no puede ser viable seguir por estos derroteros, toda vez que resulta harto difícil mirarnos en ellos con confianza y…

—¡No me lo digas! —sueltas de pronto, cuando asumo que ya has leído la parte del ensayo que yo he leído varias veces, sintiendo siempre al acabar un escalofrío calándome hasta los tuétanos —. Esto guarda relación con la cacería del rey, ¿no?
—¿Tú qué crees?
—Pues creo que estoy en lo cierto… Pero ya pidió perdón… y parecía sinceramente apesadumbrado por la frivolidad de su partida de caza…
—Sí, ya —con una buena carga de ironía—. «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir». ¿Qué es lo que siente? ¿En qué se ha equivocado? ¿Qué es lo que no volverá a ocurrir? ¿Matar elefantes? ¿Haberse ausentado para ir de safari mientras el país está en la bancarrota? ¿Hacer lo contrario de lo que predica…? A la vergüenza de tener que pedir perdón ante las cámaras por hacer algo que debería saber que está mal, hay que añadir además la que produce que algún experto haya analizado en los periódicos la veracidad de sus palabras, estudiando cada uno de los gestos de su rostro mientras las pronunciaba. Hasta ahora, la mayor parte de la sociedad creía sin vacilar cada mensaje de su rey… Ahora va a ser observado con microscopio, y la próxima vez no servirá de nada que pida perdón… No sé qué piensas, pero a mí se me ocurre que la sangre azul se le ha teñido de rojo de repente, confirmándonos que también los reyes están aquejados de idénticas miserias que la plebe… A veces incluso de más. Y siendo así, ¿para qué necesitamos un rey que no podemos cambiar? Al menos el gobierno lo elegimos cada cuatro años.

Me miras con perplejidad, mientras yo enarco una ceja al tiempo que espero una reflexión que no llega…, así que prosigo.

—¿No había dicho recientemente que los jóvenes en paro le quitan el sueño y había pedido a los empresarios que en estos momentos difíciles arrimaran todos el hombro? ¿Tú qué haces cuando te sucede eso, lo de perder el sueño? ¿Te vas de picos pardos o aprovechas el tiempo de insomnio para intentar encontrar una solución al problema que te preocupa? A todos nos hubiera gustado saber por los periódicos, o por el Gobierno, que nuestro rey estaba de visita por las principales plazas europeas para tranquilizar a los mercados bursátiles que se nos están comiendo los ahorros y las esperanzas… O que tenía previsto hablar con la presidenta argentina hasta convencerla de que no expropiara YPF, la filial de Repsol, evitando así crear más tensiones en los inversores y por ende en la economía mundial… O que se iba a reunir en plazo breve con las principales corporaciones mundiales para motivarlas a invertir en España creando así los necesarios puestos de trabajo que nos saquen del pozo… ¡Pero no! Su Majestad estaba de caza mayor. Eso sí, patrocinada por sus amigos que han invertido más de 30.000 euros en ella… ¿A cambio de qué?
—Desde luego, estas dádivas nunca son desinteresadas, pero recuerda que esa cacería en Botsuana es legal y según se ha dicho el viaje fue privado y por lo tanto no a cargo del erario público.
—Pero si el viaje no tiene costo alguno para las arcas públicas, ¿por qué mantenerlo en secreto? ¿Por qué aceptar regalos de índole personal cuando todavía estamos cuestionando al expresidente valenciano Francisco Camps, que tuvo que dimitir cuando le salpicó el asunto de los trajes? ¿No habíamos quedado en Navidad en que todos somos iguales ante la ley… o es que algunos son menos iguales?
—Desde luego, la vida nos muestra en ocasiones la sonrisa más descarnada… —haces el comentario acompañándolo de una sonrisa maliciosa que habla por sí sola—. Nos hemos tenido que enterar de todo por un accidente de cadera, que ha paseado por todo el mundo la imagen de un cazador victorioso en 2006, a través de una nefasta foto en la que posa ante un elefante abatido (¡otro elefante!), que se humilla tendido en el suelo, apoyado contra un árbol en el que dobla dolorosamente la trompa.
—¡Calla! No me hables de la foto… Por cierto, ¿quién la difundiría? ¡Para que te fíes de algunos amigos!



Imagen de Juan Carlos I en su cacería de 2006

—Esos no son amigos —murmuras con rabia mal contenida—, sino amigachos… muchos de ellos incluso tuvieron asuntos con la justicia. ¿Recuerdas de la gran amistad con Mario Conde o el príncipe Zourab Tchokotua, que medió para que la Diputación Provincial de Mallorca le cediera el Palacio de Marivent, y que en 1978 protagonizó una estafa inmobiliaria por la que un juzgado mallorquín ordenó su procesamiento e ingreso en prisión?
—Pues ahí tienes. A este monarca que nos ha tocado, nadie le recuerda cada día con el desayuno lo importante que es que la mujer del césar no solamente debe ser honrada, sino que también lo debe parecer. Desde luego, la pregunta que nos hacíamos todos acerca de dónde estaba el rey, mientras su nieto se recuperaba en el hospital del disparo que él mismo se hizo en el pie con una escopeta que en España está prohibida a los niños de su edad, quedó sobradamente contestada con su oportuna rotura de cadera.
—La verdad es que no entiendo que alguien que vio morir a su hermano pequeño en su propia casa de Estoril el Jueves Santo de 1956, mientras jugaban con una pistola propiedad de Juan Carlos, pueda seguir teniendo afición a las armas y permita que sus más allegados las empuñen… Yo, desde luego, en idénticas circunstancias, no querría volver a ver un arma de fuego ni en pintura.

Eso es, seguramente, lo mismo que piensa la inmensa mayoría de la población española, que se preguntaba cómo permitieron sus padres que un menor cogiera la escopeta y esperaban ver a su abuelo aparecer de visita por el hospital… cosa imposible ya que estaba matando elefantes sin que lo supiéramos.

—La cuestión es —apuntas—, si un rey tiene derecho a vida privada y a ejercer en ella todos los deportes que le plazcan, incluido el de la caza mayor…
—Sin duda la tiene. Pero con 74 años ya, y cuando esos deportes le han regalado varias intervenciones que le han incapacitado para ejercer sus funciones como Jefe de Estado, el llevar una vida tranquila fuera de las pistas de esquí y de las sabanas africanas parece una mejor idea. En este país, cientos de abuelos con artrosis u osteoporosis —¡o con las dos!—se rompen la cadera todos los años mientras llevan y recogen a sus nietos del colegio, para que sus hijos puedan seguir trabajando y llevando a casa el dinero necesario para continuar viviendo; pero ellos no serán intervenidos en 24 horas por un traumatólogo ilustre, ni acogerán una prótesis de alta tecnología con la cual seguir haciendo una vida normal. En lugar de eso, esperarán varios meses para ser intervenidos y después, renqueando, tragándose los dolores y mordiéndose la rabia, seguirán con la misma rutina hasta que se mueran; nadie les invitará, no ya a un safari por tierras africanas para matar elefantes, búfalos, osos o rinocerontes —que también los ha cazado nuestro rey—, sino ni siquiera a un viajecito de quince días de reposo en Mallorca o Canarias, en algo parecido a un palacio. Así que yo también le pediría a Juan Carlos que ejerza de abuelo normal cuando se aburra, y se vaya a los distintos colegios de sus nietos para que observe la alegría de los mayores y los pequeños cuando se produce el encuentro diario, con el intercambio de rigor de mochila por bocadillo. ¡Vamos, que ejerza de abuelo! Que tiene una gran tropa de nietos que se sentirían encantados de verle esperándoles a la salida del colegio. Cazar —sin escopeta— la emoción de un nieto cuando te ve, ¡eso sí es caza mayor! Y no solo es legal, sino que también es moral y se puede difundir por Internet sin miedo a la crítica.
Y además no hace falta que tus amigachos te regalen el viaje, por el que luego te pasarán la factura de una manera o de otra. Estas costumbres, son las que le devolverían la credibilidad a nuestra frágil monarquía juancarlista, que no felipista. Y dado que para irse de safari solo necesita cuatro guardaespaldas y un médico, de vez en cuando podría meterlos junto con él en una furgoneta y marcharse de gira por las distintas ciudades y pueblos de España, para conocer in situ, de primera mano, cómo viven sus súbditos el día a día; sin necesidad de vaciar las arcas municipales para recibirle con grandes fastos, en un viaje inesperado en el que pueda ver cómo están las cosas, sin que ningún ayuntamiento se las adorne. Me temo que el mensaje de Navidad no será creíble este año, así que le toca hacer bolos por la piel de toro hasta entonces.


Caza de un rinoceronte por Juan Carlos I

Llevas en silencio todo el rato; has preferido escucharme sin interrupciones, y ahora soy yo quien calla esperando tu intervención.

—Confieso que me has dejado sin argumentos, pero tendrás que reconocer que este abu no es como los demás; no me lo imagino formando parte de un AMPA, contando batallitas a sus nietos a la salida del colegio o llevándolos al parque a jugar y a que tomen un helado.
—Me ha podido la pasión. Seguramente no estaríamos hablando de todo esto, si la vida de nuestro monarca durante 36 años hubiera sido más transparente y conocida desde el principio, cosa que los diferentes gobiernos y la prensa se han empeñado en evitar con un acuerdo tácito de silencio, con una impunidad absoluta que ampara la Constitución —pese a que en el discurso de Navidad dijera que “la Justicia es igual para todos, las personas con responsabilidad pública debemos observar un comportamiento adecuado, ejemplar”— y que le ha llevado al desmadre y al desapego absoluto hacia las normas más elementales del comportamiento. Los periódicos internacionales hablan de sus líos de faldas públicamente notorios, en un claro insulto a su esposa, la reina, que sufre en silencio desde hace años esta falta de respeto, por lo que no es de extrañar que mientras su marido mata elefantes en África, ella se vaya a celebrar la Pascua ortodoxa con su familia en Grecia. También explica por qué Sofía no regresa a España junto a su marido hasta dos días después de su ingreso en el hospital o por qué la primera visita, la más importante, solo dura menos de treinta minutos. El mensaje transmitido a la ciudadanía no puede ser más nefasto: algo no va bien en la Casa Real, de la que se dice que sus reales ocupantes duermen en habitaciones distintas. Así que el rey, que durante todos estos años no ha dudado en humillar públicamente a la reina —«una gran profesional», según palabras del rey en la biografía escrita por José Luis de Vilallonga—, también debería pedirle perdón de manera pública, como han hecho algunos políticos norteamericanos infieles con sus esposas y forzados por ello a dejar el cargo. Un monarca está obligado a dar ejemplo, especialmente cuando no es el pueblo el que le pone en el trono, al que sube simplemente por unas prerrogativas que ya no se sostienen o por el color de su sangre, que ahora sabemos no es azul, sino roja, como la de todos. Así que el mismo derecho tenemos todos tanto de ser presidente de un gobierno, como rey de una nación, según consagra el Artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que proclama que «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». Pero esa libertad no existe en nuestro país; con una buena carrera política y los votos de la amplia mayoría de los ciudadanos, tú o yo podríamos llegar a residir en el Palacio de la Moncloa… Pero no hay posibilidad alguna, ni siquiera remota, de que podamos vivir en el Palacio de la Zarzuela, pese a pagar el alquiler todos los meses. Y esto es una gran desigualdad amparada por la Constitución, que solo contempla que a la muerte de Juan Carlos I reine su heredero. Creo que ya va siendo hora de que nos pregunten a todos en referéndum, si queremos seguir manteniendo una monarquía que es a todas luces prescindible.
—Internet está que arde con el asunto de la cacería… Está claro que la gente está muy enfadada con esta actuación poco oportuna de nuestro monarca —apuntas de manera reflexiva.
—He visto cómo una petición para que el rey sea destituido como Presidente de Honor de WWF España, a las 48 horas tenía 60.000 firmas, llegando a recogerse más de 90.000 peticiones; el impulsor entiende —y los firmantes también—, que «una organización que lucha por un planeta vivo y cuya misión es detener la degradación ambiental de la Tierra y construir un futuro en el que el ser humano viva en armonía con la naturaleza y conservando la diversidad biológica mundial […]» no puede tener en la más alta jefatura a un cazador de elefantes. La respuesta de WWF ha sido tajante: «la Junta Rectora de WWF España, en reunión extraordinaria celebrada el 17 de abril de 2012, ha acordado por unanimidad iniciar el proceso necesario para modificar el artículo 6º de sus estatutos, en relación con las figuras honoríficas de la organización. WWF ha tomado nota de las firmas recibidas a través de Actuable y ha puesto en marcha las medidas y los mecanismos necesarios para revertir esta situación.»
—Algo impensable hace solo unas semanas y muy bochornoso para quien ocupa el trono de un país: ser expulsado de una organización. Como el ejemplo cunda, el respeto conseguido durante años, se esfumará como el humo en una ventisca.
—A mí me parece que ese respeto ya se ha esfumado; lo dispersó el elefante con su último aliento

Un ciudadano español confía en que cuando las cosas van mal, su monarca sea capaz de levantar la voz para transmitir serenidad. Como lo hizo el 23-F, para trasladar la tranquilidad a la población tras la intentona golpista de la que algunos autores afirman que estaba más al corriente de lo que nos han hecho creer hasta ahora. No sé cómo nos podrá pedir en adelante esa calma, si tendrá que hacerlo con la boca pequeña mientras al hablar no dejará de pensar en los reproches de las personas que a duras penas sobreviven, pero cada día se levantan con una noticia nueva y escandalosa del hombre que Franco impuso sin consultarnos, pero al que pese a todo hemos respetado como rey durante todos estos años, obviando el hecho de que jurara lealtad a las leyes franquistas.

—Es evidente que pese al perdón —das traslado de manera tranquila lo que estás pensando—, cada vez se oye más nítidamente la petición abierta de una abdicación y por supuesto de un referéndum en el que podamos optar por seguir con una Monarquía, o por la República que el golpe de estado de Franco sometió por las armas. Las hemerotecas ya recogen la primera petición pública por parte de un político en activo, Tomás Gómez, para que el rey elija «entre las obligaciones y las servidumbres de las responsabilidades públicas, y una abdicación que le permita disfrutar de una vida diferente. No es lo que esperábamos los españoles de la Casa Real en momentos de crisis», mientras que Izquierda Unida, se pronunció claramente a favor de un referendo para que los españoles decidan si prefieren la Monarquía o la República.
—Y los periódicos se atreven ya a opinar e informar de lo que nunca debieron dejar de hacer. El Mundo —por ejemplo—, dijo en un editorial que “Resulta muy poco ejemplar el espectáculo de un monarca cazando elefantes en África cuando la crisis económica en nuestro país provoca tantos problemas a los españoles, incluidas algunas situaciones familiares dramáticas. Ello transmite una imagen de indiferencia y frivolidad que el Jefe de Estado jamás puede dar”
—Añadamos a eso, que mientras el Rey estaba ingresado en el hospital, se publicaron unos correos electrónicos de Iñaki Urdangarín que indicarían que el propio Don Juan Carlos, mucho después de pedir —eso es lo que se contó— a su yerno que abandonara sus negocios privados, hizo gestiones ante el presidente valenciano, Francisco Camps para favorecer al marido de su hija Cristina. Otro de esos correos desvelaría que su suegro, Juan Carlos I, hizo gestiones para interceder en favor de personas que tenían negocios con el Instituto Nóos.
—¿Eso no se llama tráfico de influencias? ¿Y no es ilegal? —Me preguntas con verdadera irritación.
—Por lo que a ti o a mí, nos meterían en la cárcel declaro de manera rotunda—. En otro correo electrónico 2007, Urdangarin le cuenta a su socio que: «Hemos conseguido que el Rey se viera con Pedro para presentarle el proyecto. La reunión fue muy bien y aparte de parecerle bien armado, ha ofrecido toda su ayuda para encontrar ayuda financiera». Y en otro le dice que un «amigo» del Monarca ha hecho una «gestión» con un responsable de Iberostar que «no sabía nada del proyecto», pese a que «le ha transmitido la buena sintonía con BBVA».
—¡Pues menos mal que le ley es igual para todos!

Tras decir lo cual te levantas para acercarte a la cafetera, a la que te dedicas por completo durante varios minutos, que yo aprovecho para poner en tela de juicio la afirmación que acabas de hacer. Todos hemos tenido siempre la certeza de que la ley no es igual para todos, por lo que la afirmación del Rey en su discurso de Navidad, parece una auténtica mofa. Quien más, quien menos, esperamos con curiosidad ver en qué acaba todo este asunto de Urdangarín, y sobre todo, si su esposa, la Infanta Cristina, estaba implicada o no. Desde ese momento, sólo restará conocer la sentencia para sentirnos iguales o diferentes. Mientras yo le daba vueltas a estas cosas, has terminado tu tarea, y te acercas hacia mí con dos tazas de humeante y oloroso café. Después de ofrecerme la mía y esperar a que le de el primer sorbo con gesto de aprobación, te adentras de nuevo en el debate.

—Leí hace poco en el periódico italiano La Stampa que el rey está involucrado en los negocios de su yerno, en los que Urdangarín se habría embolsado 15 millones de euros. Habla también del bloqueo informativo de la prensa sobre todo lo concerniente al rey; de los múltiples regalos recibidos por el monarca, como los yates, aunque en otros medios también he leído acerca de coches y motos de gran cilindrada. Pero no se para ahí el artículo de La Stampa, que menciona también la responsabilidad de su gran amigo Prado y Colón de Carvajal, que habría recibido de KIO 100 millones de dólares para recompensar a Juan Carlos por sus servicios en la Guerra del Golfo, algo por lo que los monárquicos más fieles le pidieron que abdicara. Naturalmente, el artículo habla también de su gran fortuna, que basa en las estimaciones de la revista Forbes. Según algunos mentideros, esa fortuna se podría cuantificar en 1.800 millones de euros, una buena parte de los cuales podría proceder —según otras fuentes—, de la comisión que cobra por todo el petróleo importado de países árabes. Sus negocios parecen un tanto opacos, pero también le reportarían una gran suma, lo que nos lleva a pensar que debería reinar gratis, ya que la corona le aporta pingües beneficios.
—¡Bravo! Voto por eso. ¿Y no dice nada de sus conquistas femeninas? Porque tengo entendido que han sido unas cuantas.
—Sobre ese asunto leí algo en otro artículo del mismo periódico italiano. Según datos de un amigo íntimo que no cita, por supuesto, el número de sus líos de faldas ascendería a 1.500, citando también datos del libro de Pilar Eyre, «La soledad de la Reina» —publicado por Esfera de los Libros—, una biografía no autorizada según la cual, en 1976, apenas muerto Franco, Sofía le sorprendió en una finca de Toledo en brazos de su amante, cosa que hizo que desde entonces, durmieran en camas separadas. A partir de ahí, la lista es interminable y contiene nombres de actrices, cantantes, modelos, bailaoras, vedettes… Y supongo que cualquiera que nadie pueda sospechar.
—Pues el día que necesite pasta, solo tiene que publicar un libro con los nombres de todos sus ligues y se forra un poco más.
—¿Cuánto calculas que le pagarían por sus memorias?
—Solo pensarlo me da un mareo. ¿Y qué pasa con Corinna? —Te pregunto por alguien muy habitual últimamente en sus desplazamientos… También en su safari en Botsuana, según se cuenta.
—La princesa Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, es una divorciada de la que se habla mucho en la Villa y Corte, donde parece ser vox populi que tiene una relación con el rey desde hace cuatro años, cosa que ha originado un enorme revuelo en la prensa europea, que afirma que también es aficionada a la caza mayor y estaba con él cuando se rompió la cadera.
—O sea, ¿Qué no solo cazaba elefantes?
—No. Según parece. El diario alemán Bild Zeitung, dedicó una portada a la relación de don Juan Carlos. Y al hilo del artículo que Gian Antonio Orighi había publicado en La Stampa, aseguraba que «en España hay dos reinas» y describía a Corinna zu Sayn-Wittgenstein como «la oficiosa, la provocadora y rubia princesa, de 46 años, separada y amante desde hace cuatro años del soberano más casanova de Europa». Corinna es empresaria, promotora de safaris y aficionada a la vela.
—¡Por supuesto! ¡También a la vela! ¡Si es que la chica lo tiene todo! —Y nosotros enganchados solo al fútbol… Qué cosas nos perdemos.
—Otro diario alemán, el Bild, considera un «gran escándalo» el hecho de que la princesa Corinna Zu Sayn-Wittgenstein «comparta incluso alfombra roja con el Rey Juan Carlos» en el extranjero. Y publica una foto tomada en Stuttgart en la que aparece Corinna recibiendo honores militares junto al Rey de España, en la alfombra roja.
—Sobre eso leí algo en El Mundo, que se preguntaba cómo podía soportar Sofía a su marido y expresaba verdadera lástima por una reina intachable colocada en esta dolorosa situación por su propio marido.
—En otro diario de aquí leí que el rey mantendrá a partir de ahora una mayor discreción con sus acompañantes particulares, pero que no renunciará a ellas.
—¿Recuerdas que al principio te dije que no tenía claro por qué había pedido perdón?
—Supongo que es difícil prescindir de algunas costumbres tan arraigadas genéticamente.

El Rey parece haberse librado por esta vez, pero está cada vez más cerca de perder el amor de su pueblo, aquello por lo que su abuelo derramó tantas lágrimas y que al final le costó la corona. Según el artículo 56 de la Constitución —la misma que le perpetúa en el trono a él y a sus herederos, y le ampara haciéndole irresponsable e intocable— el Rey es el símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado, algo que no debería olvidar cuando se reúne con sus amigos para asuntos no del todo lícitos, cuando se va de cacería a matar especies en vías de extinción o cuando se asoma bajo las faldas de una mujer que no sea su propia esposa, a la que cada vez tenemos más cariño y compasión que, claro, le vamos restando a él y a la Institución que representa. De manera que no; el Rey no tiene vida privada, porque es el primero llamado a dar ejemplo a la sociedad que le sustenta y que le exige las virtudes, cualidades y entrega, de las que hasta ahora parece no haber dado muy buenas muestras. Le reclamamos al Rey, ética, honestidad y transparencia. Podemos y debemos demandarle una alta moralidad, porque en sus ejemplos nos miran a todos y las consecuencias las pagamos nosotros, que no él. Si está aburrido, cansado y no piensa privarse de actitudes que son un auténtico escarnio para la ciudadanía, debe abdicar para divorciarse acto seguido si quiere y poderse dedicar libremente a su vida licenciosa y de pasiones desenfrenadas en un exilio dorado, que por supuesto no deberemos pagar de nuestros impuestos; no más después de lo que ya le hemos pagado. Y el Gobierno debe preguntarnos después si estamos dispuestos a seguir por esta misma senda. El pasado año, por primera vez en su historia, la Monarquía suspendía con un 4,89 sobre 10; los jóvenes por debajo de 35 años no comprenden su utilidad y el Gobierno señala en privado —aunque debería hacerlo en público para demostrarle al Rey que este es un país serio— que está dispuesto a cambiar cosas. Debería empezar por someter a la Monarquía a la misma Ley de Transparencia que obliga al resto de las Instituciones; excluir la Casa del Rey porque no sea una administración publica no es de recibo; debiera serlo porque administra los aspectos contenidos en el artículo 56 de la Constitución, y porque se mantiene con fondos públicos. Según lo que hemos podido leer en El País, «En los círculos de poder […] señalan que el Rey ya no está tan pendiente de los asuntos de actualidad como antes. Que está cansado. Dicen que le afectó mucho la operación para extirparle un tumor en el pulmón en mayo de 2010. Finalmente, los médicos concluyeron que no tenía cáncer. Pero el susto fue enorme. Y desde entonces, su actitud ante la vida ha cambiado mucho. Ya no está encima de las cosas, parece incluso cansado de reinar, algo aparentemente impensable. Incluso se le ha escuchado decir, ante alguna reclamación especial, que ya no se le pueden pedir tantas gestiones como antes, que no puede acudir a tantos actos. […] Él insiste en reclamar su derecho a vivir más intensamente su ocio en los últimos años de su vida.» ¡Eso no puede ser mientras viva como un Rey! Ha llegado el momento de pasar la Corona… Después, ya veremos.

—¿Te preparo otro café? —Es hora de volver a lo cotidiano, aunque lo que nos viene ocupando en los últimos minutos también lo sea. En cuanto a la invitación que me haces, no puedo ni quiero rechazarla.
—¡Acepto! ¿Cómo te va el trabajo? Espero que sin novedad.

Con mi agradecimiento

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